Dedicatoria:
A las comunidades campesinas
que son ayllu viviente y
perspectiva de la sociedad futura.
Ayllu:
En
la actualidad subsiste como
organización
social básica de
las
comunidades campesinas
del
Perú, Bolivia, Ecuador y Chile.
Diccionario
Quechua Perú
PROEMIO
El alma igualitaria y colectivista de los agricultores
hizo fuerza arrolladora por obtener la tierra en común. La hermandad social en
el campo decide la suerte de los campesinos actuales y venideros. ¡Oh, libertad
agraria, hasta un conejo retoza en medio de la yerba tupida!
La Comunidad Campesina o el ayllu, un
logro de vida superior y sin daño. Le elogian diariamente los árboles,
espesuras y animales, como el canto reloj de los gallos corraleros, la melodía matutina
del pajarillo en las hojas y ramas, el desplegar alegre de las flores nictagináceas
y diurnas.
A los mencionados elogios se asocia con
mil palabras, Verdegal de los comuneros, novela sobre una historia campesina y
un debe ser comunitario. Licupís, el lugar novelesco, en las alturas andinas
localizado, próximo al cielo solar o estelar. Desde aquí baja un río cristalino,
extendido, pleno de imperecedero comienzo y final.
El saber relativo a sociedad y valía de una perfecta organización
comunal, dio la musa sublime para escribir con esmero lo que sigue...
MGM
I
Cincuenta años después, el chirimoyo agreste
que dejé arboreciendo a la vera del camino, ha echado flores y chirimoyas.
Exhibe su adulta y suprema belleza matizada con canoras. Y el sol le torna
vistoso en la perspectiva de los Andes.
A mi encantador sino ya lo veo desde
abajo, aunque confusamente por la elevada lejanía. Mas antes de llegar pienso seguro:
encontrarlo verdeante, un edén alófano y dicroico, ajustándose al día o la
noche.
El alba iniciará su alborozo y los arpados
pajarillos volarán atravesando el labrantío en tanto diseminan la simiente. Pues
a la villa capital se va y, anticipado, llega mi pensamiento. Descorre allí a los
visillos y abre las ventanas que dan al rociado y delicioso jardín.
Mas en donde me hallo subiendo sobre
ruedas la cuesta sinuosa, transcurre un mediodía entoldado por aquellas nubes
celestiales. Avanzado, entre el llano que interrumpe la cuesta y le denominan
El Tambillo o la posada, cobro cariño a mi tierra y tengo confianza en ella. Le
hablo entonces al chofer del ómnibus:
-Aquí me quedo, deseo continuar mi viaje a pie.
Y portando
la mochila plena de cosas ligeras me apresto a caminar, no sin antes beber agua
fresca del pequeño manantial y contemplar el ámbito arbolado.
-Pensar -me digo-, este llano, ahora incompleto, fue centro poblado con
tienda rural, hasta que el repentino aluvión se llevó la mitad del espacio,
dejando en cambio un peñasco y una hondonada cubierta de montes a la postre.
Ya estoy
yendo, ascendente y a solo cuatro kilómetros del punto determinado. Mientras,
distingo los árboles resaltantes alrededor de la cima. Despacio me encamino por
los antiguos atajos que acortan la distancia y animan a proseguir…
Algún paisano
y conocido, quien ha de tener más de setenta años como yo, al verme dirá, ¿por
qué regresa Ítalo del Sol en su postrimería? Siendo así, con ironía y al primer
encuentro le expresaré:
-Hoy lo verás, no vuelvo únicamente a recoger mi
rastro.
Fatigado
supero la cuesta mayor y me pongo en el verde panorámico de Licupís comunitario.
Ando con más soltura, paso el portachuelo Los Chochos y me doy tiempo a meditar
sobre el valle El Korral de la banda izquierda. Lo separa de mi camino un
declive cubierto por boscaje quinual. En ese pequeño valle se reunía el ayllu
para algún fin cultural, educativo, político o social; existió luego la casa del
hacendado, elemento central de toda la hacienda española. Ambas épocas son reveladas,
al presente, por lo que aún subsiste: el cauce de arroyo bien construido y
algunas pircas medianas deslindando los recintos.
Atravieso
el prehistórico ámbito Chibchacocha y voy más allá, a tocar y sentir el corazón
de mi destino. Llego. ¡Se abre la villa! ¿Cuál una flor? ¡No, está agostada y
forma aspecto de un despoblado! Empieza la calle a recibir mis pasos firmes,
entre dos hileras de casas grisáceas y pueblerinas y con puerta cerrada o
entornada. Los rayos solares oblicuos, provenientes del oeste, han dividido a
esta calle en dos carriles: uno soleado y otro sombrío. Ninguna persona camina
por las aceras ni asoma a la puerta de su casa. Claro es que nadie me espera y
quizá ni advierte mi presencia todavía.
¡Bah, cerca
estaba la bifurcación! Pues me encamino por el ramal izquierdo, en bajada. Debo
dar con la casa o el sitio que busco. Acá, actualmente no tengo familia, soy el
hijo postrero de una generación fenecida, y hace ya cincuenta años que emigré,
estableciéndome allende el horizonte, en Chectayo, la ciudad costeña más
atractiva de entonces.
Me
detienen, tan pronto arribo a la parte llana, los escombros de la casa en que hube
vivido con mi madre Lucila y mi abuelo Pedrocateriano. ¡Oh, casa prístina, hoy
reducida a escombros y atardecer!
Durante
esto, aparece, delgado como el árbol sin hojas, un anciano de tez trigueña y
estatura regular, vestido a la usanza campesina, incluso con sombrero juncino y
botas de jebe. Algo receloso me aborda, saluda y pregunta:
-¿Quién eres?
Correspondo.
-¡Oh, mi recordado Ítalo! -prorrumpe alegre.
En seguida,
explica que él estudiaba Quinto Grado de Primaria cuando yo cursaba apenas el
Tercero, pero ambos bajo la dirección de los mismos profesores. Ahora caigo en
la cuenta, estoy hablando con Heraldo Rosas, de más edad respecto a la mía, ha
cumplido ochenta años.
El
anochecer y la soledad apremian, y aún no sé dónde pasar la noche. Me siento un
extraño, parece que mi tierra en vez de mejorar ha decaído hasta lo
inhabitable. Sin embargo, tras el darme a remirar la construcción artística de
calles y casas, tengo un presentimiento: algo positivo me va a sorprender.
¡Sí, de
repente se manifiesta el alumbrado público y casero, y le cambia el semblante a
la villa! Ahorita ella equivale a la joya encandilada que empalma con las
estrellas. Por si fuera poco, Heraldo Rosas, cordial me persuade para ir de
huésped a su casa, ubicada hacia la prolongación de una calle.